No sé exactamente cuando se puede decir que uno queda atrapado de forma inevitable por la magia de ver crecer una semilla.
Muy posiblemente sea después de que se te muera un cactus y justo antes de pagar un dineral por un kilo de tomates que sabes que sabrán exactamente igual que la bolsa de plástico de donde los sacarás al llegar a casa.
Quizás es esa conjunción de elementos:
- Sentirte un inepto para mantener un ejemplar vegetal con vida. Un cactus, en concreto, que de no haberse topado contigo habría crecido en un pedregal en el mismísimo desierto y alcanzaría sin mayor problema su versión más sublime. Algo que los primeros neolíticos conseguían sin Leroys Merlines ni alertas de móvil para recordar riegos.
- Comer plástico. Comer basura es algo a lo que nos hemos acostumbrado y de alguna manera normalizado. Colorantes, conservantes, aromas, potenciadores de sabor, modificaciones genéticas y químicas… que nos dibujan un tomate perfectamente esférico y perfectamente insípido. El día que te cruzas con una Verdura Verdadera o un huevo de gallina feliz, de esas que corretean en libertad y se alimentan de maíz y otras ricuras naturales, se te cae una lagrimilla y se te queda una cara de tonto perenne
cada vez que te vuelves a encontrar con plástico comestible para humanos en tu plato.
…y ahí esta colocado el cebo. ¿Por qué no planto mis propias verduras? ¿Por qué no me asocio a una cooperativa ecológica de consumo?…¿Por qué no dejo de arrastrarme por la corriente de digerir productos plastificados?
Desde hace unos años, una conciencia esta arraigando fuerte en pequeños colectivos de las ciudades, pequeñas cabecitas pensantes que poco a poco van contagiando sus ganas de vivir otra vida y a otro ritmo. Fuera de las grandes superficies de consumo, mirando hacia el comercio familiar, la tradición, la artesanía…recuperando destrezas y oficios olvidados como la costura, la recuperación de muebles, el reciclaje, la fermentación de cerveza, la agricultura… quizás sea otra simple moda, pero parece algo más que eso. Parece un «para, que yo me bajo» y esta creando opciones de ocio y formas de relacionarse alternativas en las grandes ciudades.
La Alegría de la Huerta nace por un poco de todo eso, personas de un mismo barrio que, sin conocerse con anterioridad, van coincidiendo por aficiones, intereses, foros de Internet, asociaciones… y en un golpe de suerte se encuentran con que por una vez parece que una iniciativa de las administraciones locales responde en tiempo y forma a un susurro que llevaban dentro desde hace mucho tiempo. La cesión de un terreno para la creación de un huerto ecológico.
¿Seremos capaces de llevarlo a cabo?
Tranquilos, que no cunda el pánico, toda semilla sabe como ser árbol.
… y aquí estamos para contarlo, a la espera de la adjudicación definitiva y con la intención de servir de ayuda a las próximas hornadas de hortelanos urbanos, que sabemos que vendrán a lanzarse a la apasionante aventura de volver a las raíces